Pocas veces los Estados Unidos han llegado tan lejos en lo que hace a violación de derechos humanos y pisoteo de las garantías y las libertades como en este caso. Fue un tremendo atropello a la dignidad, iniciado a escondidas en el lejano año 1932 y culminado tras un escándalo (y descubierto por casualidad) recién en 1972. En la tierra de las oportunidades y la libertad ha quedado claro que las cosas no siempre tienen final de película, por lo menos para muchos inocentes e indefensos ciudadanos que han sido víctimas de una auténtica masacre conocida como el "Experimento Tuskegee".
Corría el año 1932 y en la localidad de Tuskegee, Alabama (Estados Unidos) los servicios públicos de salud, decidieron emprender un estudio que inicialmente y bajo la cáscara de una investigación seria, respetuosa y responsable, estaba destinado a estudiar el progreso de la sífilis en la población del condado de Macon. Los individuos elegidos para tal fin, serían estudiados por espacio de entre 6 y 8 meses y luego serían tratados de acuerdo a los estándares de la época (Arsfenamina, por ejemplo). Las "vueltas de la vida" hicieron que las personas sometidas a esta serie de estudios sean (casualmente en los Estados Unidos) 399 varones afroamericanos (léase: negros) con sífilis. El soporte económico de las investigaciones, provenientes del fondo filantrópico Rosenwald y el trabajo realizado en el Instituto Tuskegee, mientras tanto le daban a este emprendimiento un cierto marco válido y respetable. El objetivo, si bien el caso no era de gran difusión pública, era el de supuestamente lograr mejorar la calidad de vida y salud de la población más pobre de esa zona del país. Pero hubo algo que hizo que las cosas fueran de mal en peor aún antes de empezar: la crisis económica de los años '30. Los fondos valiosísimos de Rosenwald se esfumaron y así también se esfumaron las posibilidades de conseguir la medicación requerida... Los planes habían tomado un rumbo sustancialmente distintos a los originales.
Esos 399 hombres inocentes de toda inocencia, pobres, analfabetos, ignorantes y trabajadores, comenzaban a transformarse paulatina e inexorablemente en ratas de laboratorio sin darse cuenta y sin haber dado su consentimiento para ser "víctima" de semejantes experimentos como en los que estaban a punto de quedar atrapados. Ante aquella falta de medicamentos por la crisis de los '30, se presentó finalmente en 1947 una posible solución con la utilización de la penicilina como eficaz tratamiento para la sífilis, pero (siempre hay un pero) los científicos asentados en Tuskegee decidieron (muy posiblemente amparados y avalados por las autoridades de salud norteamericanas) no utilizar la penicilina en esas pobres 399 víctimas y en cambio dejar que la enfermedad evolucionara y comprobar de qué manera morían los pacientes si es que no se los trataba adecuadamente. El grupo de afroamericanos se encaminaba indefectiblemente a la muerte segura ante la mirada y la vista gorda de las autoridades de salud, vaya uno a saber con qué objetivos finales.
A las "víctimas inocentes" se les había dicho que (seguramente por ser negros, según los racistas norteamericanos que los tenían prisioneros...) ellos "tenían mala sangre" y por eso se los "invitaba" a realizar un tratamiento para curarlos. Una comida caliente por día y unos miserables 50 dólares destinados a sus familiares en caso de que ellos murieran en el "tratamiento" eran todo lo que ofrecían las autoridades sanitarias de los Estados Unidos en una clarísima determinación con marcados ribetes racistas y sectarios.
Algunos fueron quedando en el camino y otros lograron ir sobreviviendo de manera penosa y denigrante para cualquier ser humano. Los nefastos y criminales "estudios" sobre la evolución de la sífilis en esos 399 hombres indefensos continuaron sin interrupciones hasta el año 1972, momento en el cual este auténtico genocidio lento y silencioso saltó a la luz por culpa de una inesperada filtración a la prensa. Fueron larguísimos e interminables 40 años durante los cuales nunca nadie (hablo de las autoridades norteamericanas) se planteó el tema desde lo moral, lo ético y lo humano. De no ser por alguien que filtró el caso a la prensa, la masacre encubierta hubiera continuado sin que nadie lo advirtiera y con el visto bueno de las autoridades norteamericanas.
Los Estados Unidos pasaron todos esos años, como siempre, enfrascados y convencidos de los fuertes componentes morales que tienen siempre sus determinaciones. El país del norte y sus dirigentes y autoridades siempre se las arreglan para encontrarle una explicación a lo inexplicable, para darle un carácter moral a sus decisiones y este caso no ha sido (lamentablemente) la excepción.
Desde aquel plan trazado en 1932 por Raymond H. Vonderlehr, director del experimento llevado a cabo en Tuskegee, han debido pasar muchos años más para que finalmente un presidente norteamericano hable sobre el tema. Recién el 16 de mayo de 1997, Bill Clinton, por entonces primer mandatario norteamericano, le pedía públicamente disculpas a los ocho sobrevivientes del "Experimento Tuskegee". Les decía Clinton: "El gobierno de los Estados Unidos hizo algo incorrecto, profunda y moralmente incorrecto. Fue una atrocidad hacia nuestro compromiso con la integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos... claramente racista".
Y tenía toda la razón.
De los 399 hombres infectados con sífilis que fueron dejados sin atención a propósito en esta atrocidad llamada "Experimento Tuskegee", sólo 74 llegaron con vida al momento de salir a la luz el caso en 1972. Otros 28 habían muerto durante los años previos directamente a causa de la sífilis. 100 murieron por causas derivadas de la enfermedad. 40 esposas de esos hombres terminaron también infectadas por la enfermedad y 19 niños nacieron directamente con sífilis congénita.
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