Los funcionarios de la Curia Romana aceleraron las negociaciones para dar comienzo a la futura quiniela que daría paso al sucesor, al tiempo que detenían sus actividades en "solidaridad" con el Pontífice muerto. Cuando el Papa deja de ser Papa, ellos, los burócratas de la Curia, también dejan de ocupar los puestos que ocupan y vuelven a ser "simplemente" Cardenales. Las actividades vaticanas se detenían en el tiempo y una vez que el celebrante de la inesperada misa en San Pedro se quitaba de encima la casulla, la noticia caía sobre el Vaticano como baldazo de agua helada.
El Papa no había muerto. Todo lo contario. El Pontífice reposaba en su alcoba plácidamente más allá de su físico que ya por entonces comenzaba a pasar factura por tantos viajes alrededor del mundo y también seguía haciendo resonar las consecuencias de aquel fallido atentado de años atrás.
Despuntaba el sol, ya en la mañana de un frío día de septiembre de 1994, y a Juan Pablo II aún le quedaban más de 10 años de ajetreada e inquieta vida.
Sin embargo desde el mismísimo seno de la Curia Romana, diseñado por la mente de algún importante, oscuro e influyente personaje que solía deambular por los pasillos del Vaticano, se había lanzado la noticia de la muerte del Papa como si fuera un filoso y traicionero puñal. A alguien le había salido, definitivamente, mal el plan.