Hans Ulrich Rudel y Juan Domingo Perón en Buenos Aires, 1974.
El final de la Segunda Guerra Mundial significó no sólamente la caída del Tercer Reich y el triunfo de los aliados, sino también marcó el comienzo de una etapa que (también) tendría como protagonistas a los nazis que comenzaron (bajo la protección de una vasta y muy extendida red internacional) a huír hacia diferentes puntos del planeta. Sobre este tema mucho se ha escrito y mucho se ha dicho, debatiéndose siempre sobre la posibilidad de encontrar el límite entre la realidad y la leyenda.
Muchos jerarcas nazis han llegado a estas tierras desde 1946 en adelante. No han sido nazis de segunda línea ni mucho menos (que también los hubo) y así las cosas, tenemos los concretos casos de personajes entre los que podemos destacar a Adolf Eichmann, Erich Priebke, Martin Bormann, Josef Menguele, Joseph Schwammberger y tantos otros.
La lista, claro está, puede completarse con otros nazis llegados a la Argentina y amparados debidamente por un régimen que les resultó más que amigable como el imperante en la Argentina bajo el mando de Juan Domingo Perón. Allí están los casos de Adolf Galand, Kurt Tank, Ante Pavelic (el líder de la Croacia nazi y asesor de Perón) y finalmente el caso de Hans Ulrich Rudel.
¿Y quién era Hans Ulrich Rudel? Se trataba, ni más ni menos, que de uno de los soldados más bravos (en todo sentido), con más arrojo y más condecorado de la Segunda Guerra Mundial. Rudel "atesoraba" en su palmarés una lista negra de bajas por él producidas en la contienda. Rudel fue coronel de la Luftwaffe desde sus 26 años de edad siendo el único responsable de 2.530 vuelos de combate, 519 tanques de guerra y blindados destrozados, 150 destacamentos artillados totalmente destruídos, 70 buques de guerra enemigos hundidos y 800 vehículos militares de todo tipo puestos fuera de circulación. Como "frutilla de la torta", su heróico regreso de una misión en la que fue tan seriamente herido razón por la cual perdió una pierna a pesar de no "acusar recibo" y seguir peleando.
Adolf Hitler y Hans Ulrich Rudel.
Para un "soldado" del Tercer Reich eso era algo para enorgullecerse, era algo grande, cosa que le valió ser el único soldado alemán en quedarse con el más que dudoso privilegio de llevar en su chaqueta la "Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con Hojas de Roble Doradas y con Espadas y Brillantes". Sus encuentros con Adolf Hitler y la nefasta admiración que el sangriento dictador alemán profesaba por Rudel hablan por sí solas de este hombre...
Pero no sólo Adolf Hitler lo admiraba, lo respetaba y le dio su "amistad". Por este lado del mundo también supo ser merecedor de todo eso y Juan Domingo Perón fue el abanderado de los que disfrutaban de contarlo entre sus amistades...
Perón gozó de su presencia (la de Rudel) en la Argentina y consiguió que el nazi se convirtiera en mucho más que su amigo personal y consejero. Perón logró que Hans Ulrich Rudel fuera uno de los creadores de la Fuerza Aérea Argentina y miembro activo de IAME, institución estatal que produjo en la Argentina el primer avión a reacción fabricado en el país, con tecnología (obviamente) "alemana".
Felicitado y admirado por la plana mayor de los nazis.
La amistad y colaboración de Rudel (considerado por los neo nazis en la "reformada" Alemania de posguerra, como el nuevo Führer) y Perón se prolongó en el tiempo y así las cosas, los dos pudieron volver a encontrarse en 1974, poco antes de la muerte de Perón en la residencia que el tres veces presidente de Argentina tenía ubicada en la calle Gaspar Campos, en la localidad de Vicente López, Buenos Aires (Ver primera foto de este post).
Un Perón entrado en años junto a Rudel. No fue sólo una relación de amistad momentánea.
Hans Ulrich Rudel ha sido un nacionalsocialista que nunca renegó de sus ideas y que siempre trató de imponerlas sea donde sea. Nunca retrocedió y nunca sintió la más mínima culpa por haber sido uno de los estandartes indiscutidos del poderío bélico y destructivo del Tercer Reich. Tal vez por eso mismo haya tenido tan buen recibimiento en Argentina.
Murió en Rosenheim, Alemania, el 20 de diciembre de 1982. Más de uno en Argentina seguramente se habrá lamentado.