La Batalla del Río de la Plata trajo la Segunda Guerra Mundial a las costas de Argentina en 1939. Un marino del buque insignia de la armada alemana contó a Castelar Digital la aventura de su vida. “Era un buque sorpresivo”, relató y recordó su vida en alta mar y qué hacía durante el combate. “No volví a Alemania por amor”, dijo.
Publicado el 1º de abril de 2015 en:
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Heinz Berger a sus 95 años.
Desde una mesa frente a la estación, y acompañado por su nieto, mira pasar las formaciones del Ferrocarril Sarmiento. Con sus 95 años recién cumplidos, sus ojos claros miran el movimiento de las máquinas desde una mesa de la pizzería Noi, pero su mirada se va en sus recuerdos. Nada se parece Castelar y su paisaje al frío Mar Báltico que moja la ciudad de Kiel, en Alemania, donde se hizo marino hace ya más de siete décadas. Tampoco se asemeja a su pueblo natal, Hof, ni al puerto de Wilhelmshaven, en el Mar del Norte, donde se topó por primera vez, cara a cara, con aquel gigantesco buque que cambiaría para siempre su vida, su historia y la historia de medio mundo.
Heinz Berger cuenta en un castellano aprendido cómo fue su vida a bordo del “Panzerschiff” Admiral Graf Spee. Reconoce que es uno de los últimos sobrevivientes de aquel buque que fue la nave insignia de la marina alemana durante la década del 30 y que, con el país europeo bajo dominio nazi y envuelto en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un dolor de cabeza para la armada británica.
El 'acorazado de bolsillo' Admiral Graf Spee es uno de los buques más famosos de la historia moderna. Se trató de un acorazado liviano fabricado bajo las estrictas normas que tras la Primera Guerra Mundial no le permitían a Alemania tener buques pesados. Por lo que se trató de un barco rápido pero con artillería pesada, para ser más poderoso que cualquier barco más lento que él y más rápido que cualquiera que lo superase en el calibre de sus armas. La Segunda Guerra Mundial comenzó en septiembre de 1939 y desde Argentina se la veía lejana, ajena y europea. Pero en diciembre del mismo año la guerra se presentó frente a las cosas de Buenos Aires. La llamada Batalla del Río de la Plata enfrentó al Graf Spee con tres cruceros británicos en medio del río que separa a Argentina y Uruguay y frente a la mirada de miles de testigos que frenaron su vida para presenciar el espectáculo del horror de la guerra.
“El barco era inmenso, sorpresivo, sorprendente. Este era el más potente en aquel momento. Había dos más, el gemelo y el primero de todos. Eran los más poderosos de la flota. El Deutschland, el Admiral Scheer, y el Graf Spee, todos de diez mil toneladas, anteriormente eran todos de seis mil toneladas, este era de diez mil, era una novedad asombrosa para Alemania cuando surgieron estos”, explicó Heinz Berger a Castelar Digital.
Heinz Berger, de niño, junto a su familia en Alemania.
Heinz era mecánico. Estaba terminando la escuela secundaria y trabajando en una fábrica en Zwickau cuando decidió ingresar en la marina. Su decisión fue clara, no quería ser soldado de infantería y estaba pronto a llegar a la edad en la que debía cumplir con el servicio militar obligatorio y no tendría la oportunidad de elegir en qué fuerza desempeñarse. Nunca imaginó que su elección lo alejaría de su familia por tantos años y lo llevaría a radicarse a miles de kilómetros de distancia, en otro continente, con otro idioma y con una historia increíble que años más tarde le contaría a sus nietos. “Yo era mecánico. Tenía estudios en eso, y antes de ir al ejército, prefería terminar de mecánico en el servicio técnico del Mar Báltico. Fueron primero ocho días bajo control médico, después podías partir a la compañía y empezaba el reclutamiento. Con todo, con arma y todo, era bastante duro. Era un cuartel grande, varias divisiones, cerca de Suiza. Fueron seis meses de instrucción en tierra. Al final había que hacer una demostración de todo a los que estaban a cargo de nosotros antes de partir, cada uno tenía su destino. A mi me sorprendió, porque había elegido ir a la parte sur, a Kiel, pero y me destinaron al Graf Spee que tenía puerto en Wilhelmshaven, en Mar del Norte. No había más que decir, ese era mi destino”, explicó Berger.
Ingresó directo al escalafón técnico con la misión de atender y mantener las bombas centrífugas que filtraban y alimentaban de agua pura a los motores diésel del barco. Bajo cubierta, su tarea era fundamental para el buen funcionamiento de las máquinas. En alta mar, en turnos rotativos de cuatro horas, las máquinas debían ser atendidas las 24 horas. En las situaciones de combate, y si no estaba en uno de sus turnos con las máquinas centrífugas, no había descanso y se desempeñaba en el abastecimiento de los cañones principales del buque, con un calibre de 280 milímetros. “El primer encuentro con mi puesto fue muy bueno, me gustó mucho. Muy lindo, una linda sección. Muy tranquilo, porque más arriba, tocaba trabajar con los motores diésel, un ruido espantoso. Atender la bomba, era un lindo servicio. Limpiaban el agua para los motores, era mi especialidad”.
El Graf Spee deja atrás el puerto de Montevideo.
El Graf Spee era el buque insignia de la armada alemana por lo que también fue un embajador marítimo en los años previos de la guerra. Participó en la coronación del Rey Jorge VI del Reino Unido en mayo de 1937 y repatrió las tropas alemanas de la Legión Cóndor tras la Guerra Civil Española. “En el barco fuimos haciendo pequeñas maniobras en el Mar del Norte. Y nos llamaron al primer viaje largo, era llevar el barco nuestro a buscar la legión cóndor. Había que traerlos hasta Hamburgo. Fue mi primera campaña. No desembarcamos en España. Era un viaje tranquilo no podía ser atacado, no había peligros”.
“El viaje más interesante fue una campaña a Ceuta. Lo que más he disfrutado fue hacer Mar del Norte, Lisboa, sur de España, estrecho de Gibraltar. Fue impresionante el estrecho, se ve España de un lado, África del otro. La gente venía a visitar el barco. En Ceuta hicimos excursiones a pie, recuerdo mucha gente con turbante”, rememoró el marino.
Al regreso del viaje a África Heinz tuvo la oportunidad de ver a sus padres. Fueron pocos días en los que le permitieron regresar a su casa. Sin poder avisar llegó de noche. Recuerda como si fuera hoy que de madrugada arrojó bolas de nieve a las ventanas de la casa para despertar a sus padres y así poder saludarlos. Fue la última vez que regresó a su casa, su próximo hogar lo tendría en América.
Zafarrancho de combate.
Tras los viajes de campaña, la paz se terminó en Europa y -con Alemania bajo dominio Nazi- comenzaron las batallas. “Estábamos en el Mar del Norte haciendo maniobras y nos llamaron a puerto, a dique seco. Pasamos la noche picando el casco y pintando, sacando óxido. Y al otro día cargando municiones. Partimos sin destino y sin poder tomar contacto con los familiares. Mis padres tenían comunicación con el comando de la marina, pero no personalmente, se había terminado el vínculo directo con la familia. El 21 de agosto del 39, nos sacaron a las 7 de la noche, despacito, el Graf Spee salió de puerto, poca gente en tierra nos dijo chau. Sólo la banda musical. Con una canción de despedida. Nosotros lentamente nos fuimos despidiendo… partir sin destino era un aviso. Pero nuestro pensamiento era otro, si el barco deja tres meses el puerto natal, recibíamos dinero extra. Si estabas tres meses fuera de la patria. Nosotros teníamos la esperanza de cobrar… los tres meses se hicieron mucho mas…”, remarcó Heinz, y continuó, “salimos el 21 de agosto y el 3 de septiembre, Inglaterra declaró la guerra a Alemania. El capitán ordenó que toda la tripulación vaya a popa, vino el comandante y nos dijo; ‘estamos en guerra con Inglaterra, y nuestra misión es atacar toda la marina mercante inglesa’. ¡Mire qué noticia! Cuando uno es joven lo toma a la ligera… no lo festejamos, algo nos imaginábamos por el cargamento y la partida turbia, pero lo tomamos a la ligera. Tener una misión generó la imagen de fuerza. No era contra barcos de guerra, que son muy peligrosos, sino contra los mercantes”. El buque no viajaba solo. Con él, pero a mucha distancia, sin verse uno del otro, navegaba el carguero Altmark con la misión de abastecer de agua, aceite, combustible y víveres al Spee. No llevaba munición y sólo se acercaba en momentos pre pactados. Bajo el mando de capitán Hans Langsdorff, el Graf Spee recorrió el Océano Atlántico de Norte a Sur, se internó en el Índico y regresó al Atlántico. En su recorrido interceptó, tomó, atacó o torpedeó a una docena de buques mercantes sin matar a ningún marino enemigo. El procedimiento era común en todos los casos, se le advertía al buque interceptado, por radio, con señales de luces o con banderas, cuáles eran los fines del buque, o se le disparaba por delante de su trayectoria para que se detuviera. Si el buque no transmitía por radio el ataque o su posición, el Graf Spee se acercaba y salvaba a la tripulación. Para acercarse, el Spee se valió de distintos camuflajes: desde pinturas especiales en el casco que mostraban espuma en su proa, para dar la falsa imagen de velocidad, como también la construcción en madera y tela de más chimeneas, otros cañones o hasta la utilización de banderas de otras naciones. Era un verdadero corsario. Al generar la confusión lograba acercarse hasta la distancia letal de sus cañones. Los buques atacados no tenían alternativa y se entregaban. “Estuve siempre bajo cubierta, no subía arriba para nada. Te enterabas lo que pasaba arriba, pero no lo tomábamos muy en serio. No teníamos mucha conciencia, éramos jóvenes, no tomábamos con angustia esto”, explico Heinz de aquellos momentos de combate. Tras la captura las tripulaciones eran transferidas al Altmark y se tomaban también las provisiones de los buques antes de hundirlos.
Tras varios meses de derrotero el Spee mostraba en sus motores las consecuencias del uso continuo. “La misión era más de tres meses, el barco necesitaba urgentemente la reparación general, los motores ya estaban gastados, habían trabajado demasiado. El comandante pensaba pasar Navidad en Alemania. Pero esto era muy peligroso y muy difícil. Los ingleses sabían que había un buque alemán, no sabían quién era, pero lo sabían porque habían desaparecido 12 buques mercantes”.
Con la proa al norte, buscando dejar el atlántico sur con la intención de acercarse a Alemania, el buque atravesó las rutas mercantes que unían el puerto de Buenos Aires con Gran Bretaña, una de las rutas que más abasteció a Inglaterra por fuera de sus colonias o países de la Commonwealth. En la distancia divisó tres columnas de humo, que representaban tres buques. “Nosotros pensamos que era un convoy (varios buques de carga navegando juntos), les hicimos señas pero ellos no contestaban, hubo que tirar uno de 28 (cañón principal) para frenarlos. Para ellos fue una sorpresa. Porque estaba todo oscuro”. Los tres buques pertenecían a la armada británica y tenían la misión de encontrar al buque alemán y destruirlo. Se trataba de los cruceros ligeros HMS Ajax y HMS Achilles y el crucero pesado HMS Exeter.
El Graf Spee en llamas.
“El Graf Spee tiró primero, y respondió el Ajax pero con una bomba de ejercicio, sin explosivo. Fue tanta la sorpresa para ellos, no le dimos tiempo de cambiar la munición. Ahí nos dimos cuenta de que eran buques de guerra y empezó la contestación. En el siguiente disparo la torre principal de Exeter fue completamente destruida. Nosotros bajo cubierta no vimos nada, escuchamos los truenos, los cañonazos. Pero lo tomamos a la ligera, queríamos que terminara rápido. Era una cosa, no de angustia, no pensábamos en que íbamos a morir. Nada así. La angustia fue después cuando vimos compañeros nuestros que estaban heridos; Tuve un compañero que perdió el brazo, porque con el retroceso del barco con un cañonazo se cerró una puerta y le apretó el brazo, perdió el brazo. Cuando el Spee disparaba tenía un retroceso de un metro el barco completo. Eran esas emociones, no lo que pasaba arriba”. La Batalla del Río de la Plata comenzó al amanecer y se desarrolló por casi dos horas. Los buques británicos buscaron horquillar al alemán que se defendió con todos su cañones. En la batalla el Spee recibió alrededor de 70 impactos y habían muerto una treintena de tripulantes. Desde el bando inglés el escenario era peor. El Exeter y el Achilles habían sido silenciados y no volvieron a combatir. Con muertos y severos daños necesitaron tras la batalla más de un año de reparaciones en las Islas Malvinas para volver a navegar.
Los nazis, la trampa de Montevideo y Enrique.
Aún con sus cañones apuntando a los buques ingleses, el Spee se internó en el Río de la Plata dejando tras de si una nube de humo para enmascararse. Previendo un ataque con torpedos y ante la imposibilidad de dirigirse a Buenos Aires por la poca profundidad de los canales del puerto, el Capitán Langsdorff se decidió por la capital uruguaya. “Montevideo era una trampa. Pero ellos nos encerraron, nos tiraron torpedos, nosotros los esquivamos. El comandante estaba herido, estaba ligeramente herido en el brazo por la esquirla de una bomba. Montevideo fue una trampa, no nos daban el tiempo suficiente para reparar el buque, solo 72 horas. Pero más días para reparar era también más tiempo para que la flota británica se rearmara. Había más acorazados que podían llegar al Rio de la Plata. El capitán tuvo que decidir, él era responsable de todo. Alemania le respondió mal y lo tomó como un cobarde. Una injusticia”, recordó Heinz.
En Uruguay, el buque pidió herramientas y materiales para realizar las reparaciones de emergencia, pero las autoridades uruguayas se ampararon en su neutralidad y no le brindaron ayuda. Tras el gobierno uruguayo se encontraba el inglés que presionaba para que el Spee sea empujado nuevamente al mar y al combate. Desde Alemania se le ordenó a Langsdorff combatir hasta las últimas consecuencias. Orden que el capitán no obedeció. “Había fanáticos en el barco. Cuando llegaron los nazis a Alemania al principio todos eramos optimistas y estábamos emocionados, pero al poco tiempo nos dimos cuenta de que Alemania iba a terminar mal. Los nazis lo trataron de cobarde al Capitán que fue un padre para nosotros. En Montevideo enterramos a nuestros muertos y mientras los marineros que desembarcaron los saludaban con el saludo nazi, él hizo el saludo militar”, destacó el marino.
El Spee no estaba en condiciones de volver al combate. Sus 1600 tripulantes estaban condenados a una muerte segura si el barco enfrentaba nuevamente a los buques ingleses. El capitán debió tomar una difícil decisión: “Uno de los disparos del Ajax cayó donde estaba la máquina de purificación del aceite. Ese fue un problema. Teníamos aceite limpio para solo 8 horas. Y muy poca munición disponible, fue el motivo por el que no pudo hacer frente otra vez. El Altmark no transportaba munición, solo agua y aceite. La primera medida que tomó Langsdorff fue destruir todos los instrumentos y artefactos secretos que traíamos, a mazazos. Con las herramientas con los que trabajábamos. Tenía máquina “Enigma”, radar, había muchas cosas especiales. El funcionamiento de la torre que guiaba los tres cañones juntos. Además se sabía que si el barco no podía combatir se lo iba a hundir. Estaba el Tacoma en Montevideo, un buque mercante. Ahí estuvimos hasta que el barco reventó. Habían preparado todo. Un grupo voluntario había puesto explosivos... todo el mundo estaba en silencio. Solamente nosotros sabíamos, todos pensaban que cuando el Graf Spee levantara anclas empezaría la batalla nuevamente, solo nosotros sabíamos que no sucedería”.
En el atardecer del 17 de diciembre el Admiral Graf Spee levó anclas y lentamente se alejó del puerto de Montevideo. Una multitud se amontonó en la orilla para presenciar lo que esperaban sea un combate naval clásico. En Buenos Aires la expectativa era la misma, pero nada así sucedió. En medio del río el buque se detuvo. El capitán y sus oficiales, que habían comandado el buque hasta allí se retiraron del lugar en lanchas provenientes de Argentina y minutos después el Graf Spee explotó. 20000 personas presenciaron cómo el acero alemán voló por los aires mientras la superestructura del buque lentamente se perdía en las aguas turbias del río. “Estaba en el Tacoma cuando explotó el Graf Spee, fue impresionante. Sabíamos que nos quedábamos en Argentina internados, ya estábamos informados. Era por tiempo indeterminado”.
Heinz Berger en Argentina, 2015.
Langsdorff negoció con las autoridades argentinas la internación de sus más de mil marinos. Primero en el hotel de inmigrantes en el puerto de Buenos Aires. Luego en colonias repartidas por todo el país. “Langsdorff nos reunió en el patio del hotel de inmigrantes y nos explicó qué pasaría con nosotros. Nos dijo que había conseguido nuestro asilo. Que estábamos a salvo. Que ya no podía hacer nada más por nosotros pero que estábamos a salvo. Esa misma noche se suicidó”. El comandante, cumpliendo el mito que reza que el capitán debe correr el mismo destino que su barco, se envolvió en una bandera alemana y se disparó en la cabeza.
Tras tres meses en el hotel de inmigrantes, Heinz fue trasladado a una colonia en la provincia de San Juan junto con 50 colegas. Alrededor de mil marinos, entrenados y recién salidos de la mayor guerra conocida eran una población a temer por cualquier país, Argentina prefirió separarlos en grupos reducidos. “Vivíamos en un campamento. Todos los días caminábamos varios kilómetros hasta un boliche donde escuchábamos la radio que por onda corta nos traía noticias de Alemania. Mi nombre es Heinz, pero en inglés lo más parecido es Henry, por lo que acá me pusieron Enrique. Inglaterra nos quería repatriar, o llevar como prisioneros de guerra. Algunos de mis compañeros se casaron para que no los repatriaran, pero los llevaron igual. Inglaterra decidía todo, los separaron igual. Yo conocí a una mujer, tenía trabajo, no quise volver a Alemania. No volví por amor, ya tenía otra vida aquí”, finalizó Heinz.
Su nueva vida en Argentina lo llevó a casarse, a tener una hija, a escaparse del campamento donde estaba con sus compañeros cuando llegó la orden de repatriación, a ser prófugo recorriendo otras provincias, trabajando escondido y perdiendo en este derrotero su uniforme y sus recuerdos del Graf Spee. A 75 años de su llegada a Argentina sigue reuniéndose con otros sobrevivientes de la Batalla del Río de la Plata y con otros compatriotas que llegaron también en aquella época. Es posible cruzarlo en la estación de Castelar, en la ciudad donde viven su hija y nietos, aquí mismo festejó sus 95 años rodeados de afectos.
Entrevista: Gabriel E. Colonna y Leandro Fernandez Vivas
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel E. Colonna, Eleonora Colonna, Libro Historia en imágenes del acorazado alemán Admiral Graf Spee.
http://www.castelar-digital.com.ar
Marcelo García -de Historias Lado B- juntoa Heinz Berger
durante el homenaje al Capitán Hans Langsdorff en Buenos Aires, 21 de diciembre de 2014.
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